¿Quién se va conmigo de rumba?

La procesión va por dentro, compái.


Hoy quiero hablar de mi país. Sí, me entró un nacionalismo de repente que hasta yo misma me impresioné.
Una vez escuché por allí que Venezuela estaba en 7mo lugar de los países más felices del mundo. Me sorprendí. Porque a lo mejor más de uno –en este momento- se preguntará lo que yo en ese momento me pregunté: ¿Venezuela en uno de los primeros lugares de países más felices? Qué arrecho. Con tanta inseguridad, vamos cada día más pobres y seamos el país más feliz y del MUNDO?. Esas encuestadoras están dementes. Imaginé.
Y vine y comencé a googlear y efectivamente, 7mo lugar. Lo que más me llamó la atención fue uno de los comentarios que tomó la encuesta: “Bueno, tu sabes pana, soy feliz a pesar de las adversidades”.
Y es que, para el venezolano lo importante es parecer alegre, de buen sentido del humor; optimista a pesar de los obstáculos. Es como que si fuera un mandato interno. Se te ordena ser feliz o al menos, simularlo, aunque lleves la procesión por dentro. Aquí está mal visto andar de mal humor porque sinó escucharás expresiones como: Tu siempre de amotináo’, o, el más común: ¡Ay no mijo, la vida es muy corta pa’ andá de amargáo’, qué va, chao contigo!
Ser venezolano es de pinga y el día que se acabe el Mundo de seguro sobrevivirá uno y dirá: Y entons, ¿Quién se va conmigo de rumba?

Tu has cambiado pero yo no tanto…

No soy dramática, solamente te extraño.


Hoy como pocas veces me ha quedado más de la mitad de una caja de cigarros. Salí a la terraza del apartaco y me fumé uno pensando en aquella conversación que luego de unos años no teníamos. Y en esa contrariedad y culpa que me consumía, me di cuenta que el cigarro se puso feo; las cenizas estaban por caerse con todo y fuego quedando así la mitad apagado. Ya no había fuego. Y me entró ese sentimiento de tristeza, de superstición o de ansiedad que me carcome cada vez que pienso que lo nuestro terminó. (Así como ese cigarro que en este momento boté desde un octavo piso). Estuve recordando cada una de las palabras que me escribiste ese día. Y no sé si sentirme dolida o aliviada por esa conversación.
Me preguntaste por qué después de tanto tiempo todavía no supero que lo nuestro terminó. Que él no creía que me hubiese hecho tanto daño para que plasmara mi decepción por medio de letras en mi blog. “Es que ni siquiera duramos un año” asentió. “Yo he cambiado”.
Yo queriendo no responderle por miedo a perderlo como siempre. Porque él tiene esa cualidad de hacerme sentir tan mal cada vez que le escribo de forma dramática lo que pienso. Y le respondí: Tu has cambiado, yo no tanto. Soy aquella chica dramática en la cual prestaste tu corazon por poco tiempo. Disculpame, soy así y seguiré siendolo. Queriendo con todos mis huesos y entregando mi alma así no sea correspondido porque al menos, sabré, que a quien he amado le he dado todo y que queda de parte de esa persona si agarrarlo o no. Si hacerlo añicos o no. No podrá decir que no lo amé, que mi sangre se volvía dulce cada vez que lo veía. Y tu, fuiste ese caso, volviste mi corazón como una bolsa de basura.
No te creas tan importante, mi decepción por los hombres no es completamente culpa tuya. Ha habido situaciones que me han llevado a llegar a esa conclusión. No todo lo que escribo en mi blog es por ti. Y si te podrás dar cuenta no has sido el único que quedan recuerdos.
Me pregustaste que qué podrías hacer para cambiar ese concepto que tengo sobre ti. Pues nada. Ninguno. Déjalo así. Quisiera tenerte como te conocí. Con esos mil defectos que me hicieron enamorarme de ti. No me interesa si eres “bueno”, que ahora escribes como que si tuvieras miel en los dedos, que eres más abierto con las personas, que ahora crees en el amor y que llegarás agarradito de la mano en tu vejez. No me interesa. Déjame seguir creyendo que estás lejos y que de tu parte ya no soy nadie. No quiero nada común. No quiero quedarme con algo si no es mío. No dejes que mis letras te confundan. No espero que me tengas lástima o tengas esa espinita de que deberíamos de vernos para ver qué pasa. No espero nada a cambio. No espero nada de nada. No sé lo que espero en realidad. Es en este punto donde me detengo y pongo a pensar qué es lo que de verdad quiero contigo.
No he podido eliminarte de mi Facebook, de mi MSN, de mi twitter, aunque lo escribí en dos posts atrás que sí lo haría.
Y SE LO DIJE: Anoche te soñé, no sé si es una obra para que no te elimine. Y él, con esa actitud de ególatro me respondió: ¿estás segura?. Dejé un par de segundos en silencio la ventanita del chat. Y solo mis dedos –tensos y con miedo- respondieron un rotundo NO SÉ. Aunque para ti los nosés signifiquen NO.
Y hay a veces, sólo a veces, que me haces sentir tan chiquitica y tan loser a la vez. Por las cuestiones de mi inseguridad y autoestima cutre que me caracteriza. ¿qué quisieras tu esperar de mi? ¿Por qué me dejaste? ¿Porque el sexo fue más o menos imposible? ¿Porque no te veías conmigo a futuro?. ¿Por ser tan vaga, relajada y amante de la sangría caliente? ¿Y tu no pensaste que también me pasaban esos miedos por la cabeza sobre ti?. A cualquier relación ni tan vieja ni tan nuevecitos le pasa esas contrariedades por la mente.
Y concluyo este post no si antes dejarte saber que los hombres no cambian. Muy en el fondo sigues siendo el mismo. ¿A qué le llamas tu cambiar? Porque puedes que hayas cambiado la forma de peinarte o alguna mala maña que tenías hace tiempo y te dejaba pasar pena. Pero tu ser, tu propio tu, no creo.
PD.: Últimamente has estado muy cariñoso conmigo. Espero que no sea el motivo de esos post que has leído aquí en mi blog. Hubiese querido siempre que no supieras nada de este espacio y que siempre estuviera en anonimato. Porque ahora me siento como que si me tuvieras lástima…
PD.2: Estoy pensando en aceptar esa invitación tuya y arriegarme a ese “a ver que pasa”. Como dices tu: a lo mejor terminamos hablando pajita o en cualquier habitación de un hotel comiéndonos a besos. Y te digo, pase lo que pase, me gustaría besar ese lunarcito que está debajo de tu barbilla…

¿Por qué no nos hacemos los locos y nos olvidamos?

Tengo miedito.



Te dije aquella tarde: ¿Por qué no nos borramos de cada una de las páginas en las cual nos une? Así sería más fácil olvidarnos y no sabríamos ni del uno ni del otro.

Y me respondiste sin terminar de leer: Si me eliminas no sabrás más nunca de mi. Yo no quiero eliminarte, pero si tu lo haces y luego veo la solicitud de que me volviste agregar no te aceptaré y verás como le haces. Pregúntate a ti: ¿en verdad quieres hacerlo? ¿estás segura que quieres eliminarme? Porque yo no, yo no quiero.

Y comenzaste a decirme unas razones que para mi fueron excusas para que no lo hiciera. Mis dedos un tanto temblorosos que pensaban cada palabra que te escribía decían en definitiva, que no lo haría. ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué él no quiere hacerlo? ¿Qué es lo que nos hace seguir teniéndonos y no teniéndonos?

Te dije que tenía miedo de verte después de tantos años. De verdad, por ahora, no quiero verte. Tengo miedo de mi y mis impulsos. Te imagino tanto, en diferentes lugares, en diferentes situaciones que tengo miedo a caer a la tentación de tu lengua y tus dedos.

Tengo miedo también, a que ya no te guste este nuevo cuerpo que se me ha transformado. Unos kilos demás, por mi descuido y mi olvido de quererme un poco más. No soy aquella chica con dieciocho años de edad que conociste delgada y con poco maquillaje. Con jean y cholitas jagüayanas. No, ahora estoy al borde del completo abandono. Unos me dicen que es por falta de novio. Puede ser cierto, mi médico me lo ha diagnosticado. Pero él no tiene el certificado clínico para recetarme en cualquier farmacia veinticuatro horas dicho diagnóstico.

Lo que espero, cuando me arme de valor y levante mis muslos llenos de celulitis, es que lo que veas te guste. Así como te gusté aquel día en el que nos conocimos. Te rememores ese cosquilléo cuando me veías venir. Que te sientas sediento de probar nuevamente mis labios. Que lo superficial lo dejes a un lado y me presiones con fuerzas entre tus brazos…